Christiane F. (1981) de Uli Edel


Una pareja se encierra en una habitación derruida para tratar de escapar del hambre que les palpita en las venas. Ella tiene 14 y el 16. Ella grita de dolor y araña el papel de las paredes. El se retuerce envuelto en sudor. Hay una pequeña cantidad escondida suficiente como para calmar la tortura. Primero resisten, pero la voluntad humana puede romperse con facilidad. Mientras el peina con desesperación esa línea salvadora, ella vomita sin control sobre la cama. El solo tiene ojos para la heroína que está a punto de consumir, pero los fluidos de su novia lo alcanzan y arruina esa dosis milagrosa. Acabados, se duermen en el miserable sueño de la abstinencia y el hambre.


Christiane F. es una de las películas que trata de manera más cruda su tópico. Es cierto, Trainspotting tiene momentos realmente fuertes, lo mismo Requiem for a Dream con su final tan aturdidor. La diferencia entre esta cinta y el resto radica en dos puntos centrales: Primero, esta película es cruda incluso en lo técnico. Se siente la aspereza, la suciedad traspasa la pantalla, no hay lugar para composiciones poéticas, para destreza visual, para planos cargados de belleza. El ataque es directo y visceral. Segundo, es una adaptación directa de las vivencias de Christiane Vera Felscherinow, quien era entonces tan solo una niña de 13 años cuando comenzó a frecuentar la noche Berlinesa. Allí conocería un mundo subterráneo de drogas, prostitución y deshumanización total.



Su historia comienza en la discoteca Sound, allí conocería a su futuro novio Detlev y a varios amigos que formarían parte de su espiral descendente. Entre recitales, discos de David Bowie y escapadas nocturnas, Christiane probaría por primera vez la heroína (llamada “H” en la escena) luego de una presentación del Duque Blanco. El mantra común que transitaba por entonces era el de “poder controlarlo” si se administraba la sustancia en pequeñas dosis. Más tarde, en el baño de la estación de trenes del Jardin Zoologico (Lugar donde los chicos se reunían para ofrecer sus servicios de prostitución) clavaría una aguja en sus venas por primera vez. 


Nos adelantamos en el tiempo hasta 1977, cuando con 15 años fue detenida por portación de drogas, prostitución, venta de estupefacientes y vagabundeo. Acá es cuando la historia pública de Christiane comienza. Durante su audiencia, sus relatos describieron de manera vivida la realidad subterránea de la ciudad y la manera en que día a día decenas de jóvenes morían de sobredosis. Dos periodistas decidieron entrevistarla y de ese trabajo nació el libro “Los chicos de la estación Zoo”Resulto un éxito de ventas, transformando a Christiane de drogadicta en símbolo cultural de toda una generación que hasta entonces se encontraba oculta. La película fue estrenada al poco tiempo, haciendo visible sus vivencias al mundo entero. Esta cinta no puede separarse de la realidad que busca documentar. La carne da sustento al cine y es ahí donde lo más duro emerge.


Uli Edel reunió un ensamble notable de chicos para el casting. Los papeles son duros y extenuantemente físicos y la gran mayoría estuvo a la altura de la obra. Destaco a Natja Brunckhorst en el papel principal, su performance es uno de los puntos más altos y se pone al lomo todo el peso dramático. También a Thomas Haustein quien interpreto a Detlev. Fue elegido casi al azar luego de que una productora lo viese en la discoteca Sound. Luego de filmar, abandono la actuación por completo y hoy se dedica al trabajo social referido a adicciones. Vueltas de la vida.



Las historias de miseria tienen, a grandes rasgos, dos desenlaces posibles: La redención del personaje o la perpetuación de su desgracia. Se decantan de una manera o de la otra. Nuestro héroe se salva o falla en su misión. Nuestra heroína llega a tiempo o pierde todo irremediablemente. Los medios funcionan iguala acá y en Alemania. Luego de la mediatización de sus desgracias, Christiane pasó sin éxito por múltiples tratamientos de rehabilitación. Cayo presa innumerables veces. Estuvo internada al borde de la muerte y perdió a su hijo, quien vive ahora en una institución para menores sin contacto con su madre. Su historia es profundamente pesimista y no dejara un gusto agradable en la garganta de nadie. Aun así, es una película que debe ser vista. Perdón si esta reseña abordo más a la persona que al personaje pero me resulto inevitable no reflexionar sobre el sustento real de esta ficción. Una imagen imposible de borrar: Bebsi y Christiane en el suelo del metro viendo a los niños pasar, soñando con algún día escapar de sus respectivas prisiones. 


La verdadera Christiane a principios de los 80s.






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