Cuando Jack Robin nos decía que
esperemos un minuto porque “¡no han escuchado nada aun! ¡Se los digo, no hay
oído nada!”de alguna forma nos daba la bienvenida al mundo del cine sonoro, “The
Jazz Singer” (1927) era solo el principio. No solo se inauguro el sonido, sino
también el musical como genero constitutivo del séptimo arte. Noventa años
después “La la land”, la ultima obra del
genial Damien Chazelle, esta en boca de todos siendo la película mas popular
del momento, con la expectativa de llevarse todo en los próximos premios Oscar.
¿Que tanto hay de maravilloso y cierto bajo ese cielo purpura?
Vamos a sacar esto del camino: “La
la land” me parece una película increíble. Tal vez justamente por los mismos
motivos por los cuales decepciono a muchas personas que fueron esperando algo
distinto. Es una carta de amor al cine clásico de Hollywood, los viejos
musicales de Fred Astaire como “Top Hat” (1935) o incluso maravillas mas
contemporáneas como “All That Jazz” (1979). Al igual que sus antepasados, “La
la land” es tanto una historia romántica como un camino mágico hacia los sueño
de sus protagonistas, una joven actriz (Stone) y un pianista de jazz nostálgico
(Gosling). Pese a tener el alma en el pasado,
en una cálida añoranza Tecnicolor, también hay lugar para el futuro. Chazelle
le habla al corazon de todos los soñadores, artistas y poetas con una película
sencilla pero efectiva.
Seb (Gosling) y Mia (Stone) son
el eje de la cinta. Tanto como pareja como en sus respectivos proyectos
personales, la química es aparente y fluye de manera orgánica entre las
secuencias ensoñadas de canto y baile y los momentos tragicómicos propios de
una relación. Esa es otra de las fortalezas de “La la land”, la manera sutil en
que el reflector irrumpe la realidad y nos transporta hacia el universo mágico
donde bailar sobre estrellas es posible y donde el mundo se puede esconder en
un set de filmación. De una tonta melodía navideña a un solo de jazz furioso
parecen haber solo un par de notas de distancia.
Incluso en una película tan
fuertemente enraizada en el pasado, Chazelle elije jugar un poco con la
temporalidad y la realidad que nos presenta. Volvemos hacia atrás, imaginamos,
soñamos, cambiamos de perspectiva y vamos armando la historia de una manera muy
interesante. El purpura que reina en los
cielos de Los Angeles, la manera teatral en que se desencadenan los números
musicales, los primeros planos intencionalmente desenfocados, las melodías que
emergen para subrayar el estado emocional de los personajes...todas elecciones estéticas
totalmente acertadas de parte del joven director.
No voy a intentar negar que la
trama es básica. Los giros son bastante previsibles, pero en ningún momento (y
de manera inteligente) la película sostiene su encanto en ese aspecto de la
narración. Todo lo contrario, al ser consciente de los parámetros que maneja el
genero, elige explotar de una manera irresistible sus fortalezas: personajes entrañables,
una pasión indiscutible por el arte, canciones infecciosas, una dirección
prodigiosa e interpretaciones remarcables.
“La la land” no solo es un
ejercicio de onanismo nostálgico, no fundamenta su sustento en los posters de películas
clásicas que habitan su mundo ni en las múltiples referencias visuales que
Chazelle nos propone. No, esta cinta recupera los mejores aspectos del cine
de Hollywood sin renegar de su cualidad escapista. Nos invita a bailar, a cantar,
a disfrutar, a vivir en un mundo orquestado a medida, en el cual soñar no es
un acto de ingenuidad sino de genuino amor por el arte.
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