Traducir a la pantalla grande un
trabajo literario tan extravagante como la novela de Kurt Vonnegut Jr. no es
una tarea sencilla. La premisa misma de la historia pone en crisis uno de los
elementos constitutivos del cine: el tiempo. El personaje principal, Billy
Pilgrim, es un joven soldado estadounidense durante la segunda guerra mundial.
Pero también es un Optometrista exitoso, casado y con hijos. Al mismo tiempo
vive en un planeta lejano llamado Trafalmador, donde unos seres de otra
dimensión lo mantienen en una cúpula de cristal junto a una popular actriz
terrestre. Billy Pilgrim es un hombre desafectado del tiempo, que transita los
momentos de su vida al azar, saltando entre ellos sin control ni oportunidad de
cambiarlos. Lo que sucedió, sucede y sucederá.
El material original es una
novela fuertemente autobiográfica. Kurt Vonnegut participo en la Segunda Guerra
y estuvo presente durante el bombardeo de Dresde a mano de las fuerzas aliadas.
Aun se debate si este suceso se trato de una operación táctica o un crimen de
guerra, ya que en la ciudad de Dresde no había grandes objetivos fabriles ni
acumulaciones militares relevantes. La destrucción y la muerte inmortalizaron
ese ataque como un paradigma del horror bélico, un horror que atraviesa esta
historia de una manera muy particular.
Gracias a su naturaleza
aleatoria, la vida de Pilgrim se reconstruye a partir de momentos clave que se
entremezclan en el pasado, el presente y el futuro mediante montajes mas que
interesantes. Las transiciones temporales aparecen en situaciones especificas
donde un trauma o aprendizaje previo es revaluado en el contexto futuro,
cobrando nuevo significado. Así es que se unen tematicamente dos instantes que parecen
totalmente lejanos, superponiendo tragedia con ironía, trauma con tranquilidad,
destrucción con hogar.
Ese desapego al tiempo es también
un desapego a las personas que lo rodean. Billy camina por la vida como un
perpetuo espectador que mira al mundo desde afuera (de la misma forma que los Trafalmadorianos lo miran a el), un síntoma del stress
postraumatico muy común entre los sobrevivientes a la guerra. Una de las
mejores secuencias es la del bombardeo a Dresde y sus secuelas. Vemos hogares
en llamas, una ciudad en ruinas donde se acumulan cadáveres y gritos. Este
suceso es una bisagra total en la vida de Pilgrim.
En ocasiones los acontecimientos
se vuelven confusos y surrealistas, momentos distantes se apilan y parecieran ser reflejos de cosas pasadas.
Hay secuencias muy interesantes donde la música o el dialogo de una época se
entremezcla con las imágenes de otra. El soundtrack del pianista Glenn Gould coopera
a darle naturalidad a esos pasajes. La dirección de George Roy Hill dista de
ser espectacular, pero es correcta y sabe mantener un equilibro muy especial.
Esta es una cinta muy diferente, cuya
narración se mantiene fresca e inteligente. Tal vez su mayor merito es el de
ser tematicamente abarcativa pero aun
así enfocada y consciente de sus limites. Pilgrim elige contarnos su vida no
bajos los criterios de linealidad, causa y consecuencia, sino con el azar de
sus saltos en el tiempo. Como la voz Trafalmadoriana le comenta “hemos
recorrido cientos de planetas y solo en la tierra se habla de libre albedrío”,
lo que sucedió no puede ser cambiado a gusto.
Son claros los sentimientos antibelicista
que se esconden bajo Matadero Cinco. Hay un mensaje elocuente acerca de como
las heridas mentales pueden acompañarnos toda la vida y cobrar protagonismo de
manera inesperada. Aceptar esas heridas es fundamental, ya que negar nuestro
pasado seria también negar nuestra propia existencia y nuestro potencial futuro.
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