King of Peking (2017) de Sam Voutas


El cine es un nene egocéntrico al que le gusta hablar de sí mismo. La abundancia de películas sobre ver y hacer películas es testimonio de esta fascinación que tiene el séptimo arte consigo mismo. King of Pekíng de Sam Voutas sigue esta tradición onanista cruzando la melancolía de Cinema Paradiso con el encanto cómico de Be Kind, Rewind de una forma increíble. Sera por la química de sus personajes o por el enorme amor por el cine que destila, lo cierto es que es irresistiblemente efectiva incluso con sus limitaciones.

King of Pekín rebobina 20 años hasta el verano de 1997 en la capital China. La llegada al nuevo milenio encuentra al país abriéndose progresivamente al capitalismo occidental, además del reingreso de Hong Kong – el tercer país de mayor producción cinematográfica del mundo - a la soberanía China. Es en este contexto en que Big Wong intenta mantener a su hijo Little Wong con su trabajo como proyeccionista: con una sabana sucia y un pasacassettes lleva los estrenos del mundo de gira por el pueblo. El se jacta de ser un artista, pero para evitar perder la custodia del pequeño Wong acepta trabajar limpiando un cine. Es en las noches de limpieza que descubre el negocio del futuro: la venta de DVDs piratas grabados y doblados por ellos mismos. Pronto el negocio explota y su relación se verá puesta a prueba entre posters dibujados y películas de Kubrick grabadas con camcoder.


El cine es el nexo que guía la relación entre padre e hijo, una relación honesta y basada en la enorme química entre los actores Jun Zhao y Wang Naixun. Sus días pasan copiando todo tipo de películas: clásicos del mundo, estrenos norteamericanos, antiguas obras chinas… por el módico precio de 6 yuanes el público puede hacerse una copia de Arma Mortal cortesía del Rey de Peking, nombre que adopta el negocio. El amor por el séptimo arte se cuela en todos los aspectos de la película, pero lo que termina por encantar es la idea de que el cine está ahí, esperando a ser tomado por aquellos que lo aman. Que las obras están hechas para ser apropiadas, en especial por la gente que hace de esas historias algo fundamental en su vida, sea para sobrellevar lo duro de la realidad o para refractar la ficción en la forma en que llevan a cabo sus existencias.


El director de origen australiano Sam Voutas realizo un trabajo interesante para dar vida a la Pekin de finales de los 90s. La fotografía y la dirección de arte se enfocaron en crear ambientes cálidos, con abundancia de detalles y guiños constantes al séptimo arte. Gran parte de la película transcurre  dentro del pequeño auto de tres ruedas con el que atraviesan la ciudad jugando a adivinar películas y en el sótano del cine donde entre televisores reciclados y reproductores de DVDS llevan a cabo la copia y el doblaje de decenas de cintas. Pese a ser reducidos, ambos espacios fueron diseñados con detalle y son utilizados con ingenio por parte de Voutas.


Hacia el final se pierde un poco del vigor inicial pero aun así culmina en una nota excelente. Tal vez la “enseñanza” que busca transmitir es un tanto simplista,  eso seguramente tenga que ver con el tono cómico y de fabula que se hace presente en gran parte de la obra. Incluso desconociendo las vicisitudes de la China de los 90s podemos afirmar que hay un poco de “magia cinematográfica” en las ocurrencias de Big Wong y su hijo. ¿Cómo renegar de esos yeites si la película en sí es una celebración de los mismos? En épocas de 4k y 3D, King of Peking nos recuerda que la magia del cine no reside solamente en las salas, también puede estar en una sabana manchada en el patio de alguna vecindad, brillando en los ojos de los espectadores.


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