El cine es un nene egocéntrico al
que le gusta hablar de sí mismo. La abundancia de películas sobre ver y hacer
películas es testimonio de esta fascinación que tiene el séptimo arte consigo
mismo. King of Pekíng de Sam Voutas sigue esta tradición onanista cruzando la
melancolía de Cinema Paradiso con el encanto cómico de Be Kind, Rewind de una
forma increíble. Sera por la química de sus personajes o por el enorme amor por
el cine que destila, lo cierto es que es irresistiblemente efectiva incluso con
sus limitaciones.
King of Pekín rebobina 20 años
hasta el verano de 1997 en la capital China. La llegada al nuevo milenio
encuentra al país abriéndose progresivamente al capitalismo occidental, además
del reingreso de Hong Kong – el tercer país de mayor producción cinematográfica
del mundo - a la soberanía China. Es en este contexto en que Big Wong intenta
mantener a su hijo Little Wong con su trabajo como proyeccionista: con una
sabana sucia y un pasacassettes lleva los estrenos del mundo de gira por el
pueblo. El se jacta de ser un artista, pero para evitar perder la custodia del
pequeño Wong acepta trabajar limpiando un cine. Es en las noches de limpieza
que descubre el negocio del futuro: la venta de DVDs piratas grabados y doblados
por ellos mismos. Pronto el negocio explota y su relación se verá puesta a
prueba entre posters dibujados y películas de Kubrick grabadas con camcoder.
El cine es el nexo que guía la relación entre padre e hijo,
una relación honesta y basada en la enorme química entre los actores Jun Zhao y
Wang Naixun. Sus días pasan copiando todo tipo de películas: clásicos del
mundo, estrenos norteamericanos, antiguas obras chinas… por el módico precio de
6 yuanes el público puede hacerse una copia de Arma Mortal cortesía del Rey
de Peking, nombre que adopta el negocio. El amor por el séptimo arte se cuela
en todos los aspectos de la película, pero lo que termina por encantar es la
idea de que el cine está ahí, esperando a ser tomado por aquellos que lo aman.
Que las obras están hechas para ser apropiadas, en especial por la gente que
hace de esas historias algo fundamental en su vida, sea para sobrellevar lo
duro de la realidad o para refractar la ficción en la forma en que llevan a
cabo sus existencias.
El director de origen australiano Sam Voutas realizo un
trabajo interesante para dar vida a la Pekin de finales de los 90s. La fotografía
y la dirección de arte se enfocaron en crear ambientes cálidos, con abundancia
de detalles y guiños constantes al séptimo arte. Gran parte de la película transcurre dentro del pequeño auto de tres ruedas con el
que atraviesan la ciudad jugando a adivinar películas y en el sótano del cine
donde entre televisores reciclados y reproductores de DVDS llevan a cabo la
copia y el doblaje de decenas de cintas. Pese a ser reducidos, ambos espacios
fueron diseñados con detalle y son utilizados con ingenio por parte de Voutas.
Hacia el final se pierde un poco del vigor inicial pero aun así
culmina en una nota excelente. Tal vez la “enseñanza” que busca transmitir es
un tanto simplista, eso seguramente tenga
que ver con el tono cómico y de fabula que se hace presente en gran parte de la
obra. Incluso desconociendo las vicisitudes de la China de los 90s podemos
afirmar que hay un poco de “magia cinematográfica” en las ocurrencias de Big
Wong y su hijo. ¿Cómo renegar de esos yeites si la película en sí es una celebración
de los mismos? En épocas de 4k y 3D, King of Peking nos recuerda que la magia
del cine no reside solamente en las salas, también puede estar en una sabana
manchada en el patio de alguna vecindad, brillando en los ojos de los espectadores.
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