[Crítica] Booksmart (2019) de Olivia Wilde


El guion de Booksmart es tan actual y tiene tanto filo que da miedo cortarse. El debut directorial de Olivia Wilde es descollante, una coming of age que tenes ganas de revisitar apenas comienzan los créditos finales. Booksmart dialoga con una larga tradición de películas sobre adolescentes en pleno descubrimiento, teniendo como referencia mas cercana y directa a Superbad, pero eso no interesa. Escapemos de las comparaciones odiosas, Booksmart existe en si misma y es la mejor comedia mainstream en lo que va de este 2019. 

¿La clave? sus protagonistas son personajes perfectamente escritos e interpretados. Amy (Kaitly Dever) y Molly (Beanie Feldstein) son amigas desde pequeñas, están a punto de terminar la secundaria con buenos promedios y con la esperanza de entrar en buenas universidades para hacer una diferencia en la sociedad. Eso hasta que por casualidad descubren que sus compañeros, quienes festejaron y se tomaron todo más a la ligera, lograron los mismos objetivos académicos. Molly siente que su esfuerzo es deslegitimado, todas esas noches de estudio privandose de diversión pierden sentido. Molly convence a Amy, igual de estudiosa pero mas relajada, de aprovechar el ultimo día de clases para compensar el tiempo perdido.

Una de las grande decisiones de la película es que todo transcurra a lo largo de una misma noche. Amy y Molly tratan de llegar a la fiesta de Nick, el chico popular y vicepresidente de la clase, pero hay un problema, no saben donde es y nadie les responde sus mensajes pensando que se trata de algo académico. En un par de horas les pasa de todo, cuando el ritmo parece desacelerarse sucede algo que revitaliza la búsqueda de las chicas. Una suerte de After Hours en clave coming of age millenial. 

Algo recurrente en las películas dirigidas por actores es el foco en los personajes y las actuaciones. Además de tener un gran ojo para la dirección y la utilización de la música, Olivia Wilde consiguió dos performances increíbles. La amistad entre Amy y Molly se siente orgánica, son dos personas muy diferentes pero que en la vida real se complementarian a la perfección, es por eso que cuando surgen los problemas estamos genuinamente interesados en su relación. Duele verlas pelear y es un placer verlas reír. Beanie Feldstein tiene un timing tremendo para la comedia, su personaje es el más abrasivo y verborrágico pero ella parece compartir la caradurez de su hermano Jonah Hill a la hora de improvisar.

Si bien este es su primer largometraje, Olivia tiene experiencia en el mundo de los videoclips, esa estética está presente en Booksmart. Hay una secuencia acuática increíble donde Olivia saca a relucir su talento para descubrir la belleza en lo mundano, es uno de los momentos más poéticos de la película pero esta en función de algo de alto impacto emocional para los personajes. La música juega un rol central en el ritmo, el soundtrack esta compuesto por música actual que marca el pulso del montaje. Es cierto que de a momentos puede tener un aire videoclipesco pero en general las decisiones de Wilde son acertadas, como cuando silencia las voces de las protagonistas en el momento de mayor tensión dramática o cuando arma una escena de animación stop motion para representar estados de conciencia alterados. Si algo no le falta a Olivia es confianza en su estilo. 

El guion esta sobrecargado de grandes frases e ideas muy aggiornadas sobre la juventud, la sexualidad y las dinámicas entre adultos y adolescentes. En general los personajes no caen en los clichés de comedia teen, no hay "chicos malos", no hay juicios de valor ni miradas pedantes sobre las preocupaciones juveniles. En cambio hay un entendimiento muy positivo sobre los procesos por los que pasan Amy, Molly y todos los demás. La voz de Olivia como directora es crucial, en un mundo plagado de comedias adolescentes que hace hincapié en la visión masculina del crecimiento, cuesta encontrar comedias yanquis con mirada femenina de este nivel. No porque no existan artistas capaces, sino porque nadie pone la plata para realizar esos proyectos.

Se suele decir que la adolescencia en el cine nació en los 50s, en la posguerra germinó la idea de la juventud como un universo en si mismo y no como un mero estadio previo a la adultez, apuntar las cámaras a la angustia rebelde fue de especial interés para cineastas como Nicholas Ray. En la sonrisa eternamente joven de James Dean se encarna el anhelo juvenil por la libertad, el (auto)conocimiento y la comprensión. Las historias coming of age siguen siendo relevantes tanto por las inquietudes que permanecen como por las que mutan, es lógico que lo que interpelo a adolescentes en los 60s no sea lo mismo que interpela a adolescentes hoy. Todas las generaciones necesitan sus propias narraciones, y pelis como Eighth Grade del año pasado o Booksmart son un gran ejemplo. Hay que verla. 


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