[Crítica] The Irishman (2019) de Martin Scorsese Critica


En su inevitable concepción cristiana de la vida, Scorsese estructuró El Irlandés como una confesión. Al principio parece una crónica pero a medida que el relato de Frank avanza lo confesional va tomando las riendas. Durante 3 horas y media recorremos 50 años en la vida de un mafioso y, a través de sus tribulaciones, vemos cómo esas acciones individuales impactan de forma directa en la historia política de Estados Unidos, pero es importante tener presente quien narra. Frank Sheeran (Robert DeNiro) se describe en sus propias palabras desde el hogar de ancianos en los que pasa sus últimos días, enfermo y solitario, minúsculo frente al paso del tiempo, en un mundo en donde los titanes para los que peleó están enterrados (los que tienen suerte) y olvidados. El Irlandés es tanto sobre el hampa como es sobre el tiempo, la traición, la culpa y el castigo, temas recurrentes en las películas de Marty pero que son abordados desde una perspectiva diferente. 


Frank nos cuenta como ingreso en la mafia de los Bufalino luego de conocer incidentalmente a Russ (Joe Pesci) en una estación de servicio. La identidad de Pesci es radicalmente diferente a sus personajes de Goodfellas y Casino, Russ es un tipo calmado, que valora el silencio y mira fijo con cara afable. Aun así su presencia siempre está a cargo, es atemorizante en su reserva y Frank se da cuenta de inmediato “se notaba que el tipo era dueño de algo, pensé que era la estación pero resulta que era dueño de toda la ruta’’. Frank asciende de a poco colaborando con los Bufalino, primero como mensajero y luego como matón, o más bien como “pintor de casas’’ como se les llamaba en la jerga. 

Así es como termina siendo la mano derecha de Jimmy Hoffa (Al Pacino) el sindicalista más poderoso de todo el país y uno de los hombres más influyentes de la postguerra. Primero es una relación laboral pero luego surge una fuerte amistad asentada en sus personalidades tan dispares. Hoffa es un líder excéntrico, enfático al hablar y con la voluntad de tomar todo en sus manos. Sheeran es un hombre reservado que se pierde en el fondo, una figura que desentona con los gangsters más-grandes-que-la-vida de Scorsese. El tipo titubea al hablar, no siempre sabe que responder y no tiene demasiada ambición, nos cuenta su vida como una serie de incidentes en los que tuvo la suerte o el infortunio de participar, casi como siendo arrastrado por una fuerza que lo pone del lado correcto del arma en cada oportunidad. 

Scorsese siempre tuvo bien en claro el nexo irrompible entre la mafia y la política pero en esta oportunidad esa pintura es mucho más detallada al abarcar varias décadas. Desde la elección de Kennedy a las pujas con Castro por los casinos en La Habana, las riñas sindicales y el uso del dinero de pensiones de camioneros para proyectos inmobiliarios que terminan convirtiéndose en Las Vegas. Los rostros que forjaron el país del norte también son los Bufalino, los Provenzano y en segunda línea los Sheeran. Digo en segunda línea porque es importante recordar que Frank, más allá de su éxito, no deja de ser solo un matón. La película no busca interpelar moralmente y tiende un velo de misterio sobre los sentimientos del protagonista, ¿Que diferencia a un político de un mafioso? ¿Bajo qué criterios podemos definir moralmente al asesinato? ¿En qué punto se hizo suficiente para salvar a un amigo? ¿Cómo se procesa el perdón y la traición cuando no podemos sentir remordimiento?

Todas esas cuestiones son contempladas también  desde una visión fuertemente religiosa, pero no solo en el sentido moral, también en cuanto a símbolos e identificación. Marty entiende que tanto la Iglesia como la mafia y la política son estructuras de poder que se construyen bajo símbolos y reglas, pero va un paso mas allá al utilizar la iconografía cristiana para representar las dinámicas de poder en el hampa. Desde los ángeles que cargan cruces en el primer plano de la película hasta el mojar el pan en vino cual eucaristía, una tradición común pero que nos es mostrada en dos momentos puntuales de la vida de Frank: cuando comienza su relación con Russ y cuando ambos, ya ancianos, están en la cárcel. La traición es otro concepto central e incluso The Irishman se permite tener su propia ''ultima cena'' en el homenaje que le realizan a Frank, allí se ponen en movimiento los engranajes que decantan en el maravilloso ultimo tercio.


El rol de Peggy, la hija de Frank, es foco de opiniones encontradas. Es cierto que no tiene más que una decena de palabras a lo largo de las tres horas y media, pero su presencia es fundamental para entender la desconeccion de Sheeran con su familia. Sus miradas se cruzan pocas veces, parecen vivir en universos lejanos que sólo colisionan en puntos clave. La mirada de la Peggy adulta (Anna Paquin) cuando se hace noticia la desaparición de Hoffa es lo más cerca que Frank estara de morir. Ella sabe lo que él hizo, y por eso lo desprecia. Lo trágico es que Frank no parece entender jamás el nivel de violencia y miedo al que expuso a su familia bajo la excusa de protegerlos de ‘’toda la gente mala que hay ahí afuera’’. De Niro encontró un punto único entre la fragilidad y la violencia, entre ser un pobre tipo y ser un matón desalmado. Verlo tartamudear y desarmarse por completo al llamar a la esposa de Hoffa es una experiencia drenante, no puede articular palabras, esa llamada lo va a acompañar por el resto de su vida. 

El ida y vuelta entre el geriátrico y el relato está manejado magistralmente, la montajista Thelma Schoonmaker es la mano derecha de Scorsese desde Who’s That Knocking at my Door en 1967 y es un factor crucial en el pulso de una de las obras más importantes del cine occidental. Su estilo es palpable tanto en la velocidad cocainómana de The Wolf of Wall Street como en los silencios aplastantes de The Irishman. Hay una electricidad que solo Marty y Thelma saben lograr, encauzar una historia de 3 horas y media con un ritmo perfecto y sutilezas magistrales como el jump cut durante esa llamada de la que hablamos antes. Una decisión pequeña, es tan solo cortar un puñado de fotogramas pero el efecto es increíble.

Para cuando The Irishman termina sentimos el peso de los años, la soledad y la imposibilidad de sentir culpa, una desconeccion total respecto a las consecuencias de las acciones. Frank intenta confesarse pero es incapaz de hablar o de sentir remordimiento y eso lo carcome como la artrosis ‘’¿que clase de persona hace una llamada como esa?’’ se pregunta a sí mismo. A principios del siglo 19 el escritor Percy Shelley publicó su poema Ozymandias inspirado por la llegada de una estatua colosal de Ramsés II al museo de Londres, así termina:

«...y en el pedestal se leen estas palabras:
"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!"
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»

El tiempo y la historia barre con todos: con líderes políticos, con jefes de la mafia, con sindicalistas, tipos poderosos que ahora habitan en el olvido o en nichos que nadie jamás visita. Frank se confiesa y espera morir, un final que la película no le otorga, en cambio recibe una puerta entreabierta al vacío. A veces el hombre con el arma sabe que una eternidad cavando tu propia tumba es peor destino que la muerte.


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